Emilio Ortiz, escritor ciego
Esther Peñas
Después de A través de mis pequeños ojos y Todo saldrá bien, Emilio Ortiz (Baracaldo, 1974) acaba de publicar Mil maneras de darte las gracias (Duomo Nefelibata). Esta trilogía está protagonizada por Spock, el perro guía del autor, recientemente fallecido. Un testimonio luminoso que ahonda en las relaciones afectivas, en la necesidad de creer en uno mismo y confiar.
No todos los ciegos están acompañados por perros, muchos prefieren bastón. ¿Qué le animó a solicitar un perro guía?
Era una idea que me rondaba desde que comencé a necesitar algo más que mi bajo resto visual para poder moverme; sacaba mucho rendimiento a mi escasísimo resto visual, casi de un modo suicida, porque veía muy poquito debido a mi retinosis pigmentaria, que te hace perder la visión poco a poco, pero me resistía a no manejarme por mí mismo algo que, si bien en natural y humano, es un completo error. Los técnicos de rehabilitación me recomendaban el bastón, y yo me resistía.
¿Qué le hizo cambiar de opinión?
Primero, que ya empezaba a tropezar con algunos árboles, pero fue definitivo encontrarme con otro ciego en el metro y ver con qué soltura se manejaba usando su bastón.
¿Y cuál fue la espita para pasar del bastón al perro?
Un día clave fue cuando quise comprar un libro disco de Aute. Conozco perfectamente la librería, voy a menudo, pero, para llegar a ella, tengo que atravesar un túnel en el que, por lo general, suele haber gente. En esa ocasión, no, así que me desorienté y me perdí. Menos mal que una pareja, amablemente, me acompañó a la librería. Al llegar, recuerdo que pensé: «Necesito un perro guía». Así que… ¡La culpa la tuvo Aute!
En alguna ocasión, usted ha comentado que, cuando le dieron a Spock, sintió algo muy similar a cuando fue padre… ¿tanto?
Sí, desde luego, me salió de forma espontánea decir eso porque así lo sentí. Al recibirlo, escuché sus medallas al cuello, las de vacunas, los cursos hechos, metálicas, y me sonaban a campanillas. Sentí unos nervios de alegría muy intensos. No sé si idénticos a ser padre, pero sí equivalentes.
Al cabo de los años, Spock muere y tiene que acudir a terapia para hacer el duelo…
Sí. Está contado también en el libro. Lo que me sorprendió es la cantidad de lectores que me han reprochado que contase eso, como si fuera algo de lo que avergonzarse. Para mí resultaba necesario contarlo, el psicólogo me ayudó mucho a hacer el duelo, aunque toda ayuda es insuficiente en esos momentos, no te solucionan el dolor, el dolor sigue ahí, aunque te dan consejos muy útiles para sobrellevarlo.
¿Es una amistad plena el vínculo que se establece entre un perro guía y su dueño?
Totalmente, plena, reúne todas las condiciones y condicionantes de lo que describe y cataloga una amistad, sobre todo lo bueno, de lo malo solo hay muy poquito, tomarse alguna confianza, si acaso, que estés comiendo algo y te lo quite de las manos… amistad y amor, como amor es lo que se da a los amigos muy especiales. Sí, Spock era un amigo.
Spock te ha enseñado «a sentir con el corazón». ¿Cómo sentías antes de conocerlo?
Me enseñó a sentir más y mejor, no es que yo fuera mala persona, pero sí fui mejor, me enseñó a vivir en el presente, a ser capaz, incluso, de entender a quienes no eran de su agrado, personas en mi entorno, como mi profesora de yoga a la que no le gustaban los perros; Spock jamás se acercó a ella, la respetó. Los humanos tenemos el defecto de que, cuando alguien es muy diferente a nosotros, nos ponemos siempre en guardia con esa persona. Gracias a Spock, yo ya no lo hago. Él me enseñó a ser tolerante con quienes piensan diferente, aunque sigo siendo intolerante con quienes son intolerantes.
Y ahora tiene un nuevo compañero de vida…
Sí, Omer, sin hache, como Homer Simpson. Convivieron él y Spock nueve días. Spock ya estaba jubilado desde hacía un año, y cuando se jubiló inicié los trámites para solicitar otro. Y me fui a Madrid, a la Fundación ONCE del Perro Guía, a por él, esta vez un labrador negro, que ahora acaba de escuchar su nombre y ha venido a preguntar qué pasa. Pero a Spock le dio una peritonitis y se nos fue.
¿Ya está escribiendo una nueva historia?
Sí, pero esta ya no tiene que ver con perros, sino con dos mujeres que caminan en direccione opuestas y se cruzan en un punto concreto de la vida, con mucho trasfondo social.