La revolución digital es una realidad. No hay más que mirar a nuestro alrededor. Se ha convertido en parte de nuestra esencia sin apenas darnos cuenta. Vivir sin móvil, trabajar sin ordenador, sin mandos a distancia, sin tarjetas bancarias... Imposible. Las posibilidades económicas y el rol que desempeñan las nuevas tecnologías a todos los efectos en la inserción social, educativa y laboral se han convertido en un imprescindible que la comunidad internacional trata de impulsar para el desarrollo sostenible y crecimiento mundial. En definitiva, las tecnologías digitales promueven la inclusión, la eficiencia y la innovación.
Pero, ¿qué pasaría si hoy por hoy no pudiéramos ser parte de dicha economía digital? ¿Si viéramos cómo el mundo gira y avanza entre las comunicaciones y herramientas de uso cotidiano más avanzadas y nosotros permaneciéramos anclados en el pasado?... exacto. La brecha digital nos excluiría de un mundo del que formamos parte. ¿Cuáles serían las conclusiones prácticas?
El Banco Mundial acaba de publicar el ‘Informe sobre el desarrollo mundial 2016: Dividendos digitales’. En él recoge un exhaustivo análisis del panorama de la sociedad digital mundial. La primera conclusión es que, “si bien Internet, los teléfonos móviles y otras tecnologías digitales se están extendiendo rápidamente en todo el mundo en desarrollo, los ‘dividendos digitales’ esperados —mayor crecimiento, más empleo y mejores servicios públicos— están por debajo de las expectativas, y el 60% de la población mundial sigue sin poder participar en la economía digital en constante expansión”.
Para los autores del informe –los codirectores Deepak Mishra y Uwe Deichmann y su equipo-, los beneficios de la acelerada expansión de las tecnologías digitales han favorecido a las personas adineradas, cualificadas e influyentes del mundo, que están en mejores condiciones de sacar provecho de las nuevas tecnologías. Además, si bien el total de usuarios de Internet se ha triplicado con creces desde 2005, hay 4.000 millones de personas que todavía no tienen acceso a Internet.
Lo mismo sucede con la telefonía móvil. Muy lejos quedaron estos medios de comunicación en la exclusividad de las manos afortunadas. Su expansión se ha generalizado y hasta los adolescentes lo han convertido en una herramienta que forma parte de su cuerpo y de su vida. Pese a ello, unos 2.000 millones de personas no usan uno de estos aparatos y casi 500 millones viven en zonas sin señal de telefonía móvil.
Es el pez que se muerde la cola: las personas con más capacidad económica tienen más facilidad para acceder a las nuevas tecnologías y las posibilidades rentables de inversión que éstas ofrecen, por no hablar de los servicios públicos que pueden aportar (nuevos sistemas informáticos para industrias, energías renovables, sanidad...). Aquellos países o personas que permanecen ajenas o no tienen capacidad para incluir las nuevas tecnologías en su entorno ni invertir en las mismas, permanecerán más alejadas del desarrollo y de los beneficios económicos y de crecimiento colaterales a estas inversiones. Como si vivieran en épocas diferentes. Y todo ello choca con los sistemas educativos, sociales y laborales. Detengámonos a pensar por un momento en aquel ciudadano de un país en desarrollo que se incorpora en un Estado altamente desarrollado y cosmopolita. Su inserción será realmente compleja en todos los niveles.
Para el presidente del Grupo Banco Mundial, Jim Yong Kim, “las tecnologías digitales están transformado el mundo de los negocios, del trabajo y de la administración pública. Debemos continuar conectando a todas las personas para que nadie quede a la zaga, porque la pérdida de oportunidades tiene un costo altísimo. Pero para que los dividendos digitales puedan compartirse ampliamente entre todos los segmentos de la sociedad, los países también deben mejorar el clima de negocios, invertir en la educación y la salud de las personas, y promover el buen gobierno”.
Otra opinión importante al abordar la cuestión de la influencia de las tecnologías en el desarrollo es la de Kaushik Basu, primer economista del Banco Mundial. Para Basu “el hecho de que en la actualidad el 40% de la población mundial esté conectada a través de Internet es una transformación impresionante”.
Entre los ejemplos más significativos de los beneficios de la era digital y los esfuerzos realizados para alcanzarlos, el informe señala los casos de África oriental, donde más del 40% de los adultos utilizan su teléfono móvil para pagar las cuentas de servicios; China, que cuenta con 8 millones de empresarios —un tercio de los cuales son mujeres— que utilizan plataformas de comercio electrónico para vender productos internamente y realizar exportaciones a 120 países; India, donde se ha proporcionado una identificación digital única a casi mil millones de personas en cinco años, se ha incrementado el acceso a los servicios públicos y se ha reducido la corrupción en dichos servicios. Y en los servicios de salud públicos, el uso de mensajes de texto ha resultado eficaz para recordar a las personas con VIH que tomen los medicamentos que pueden salvarles la vida.
¿Significa ello que las tecnologías digitales sirven para acelerar el ritmo de desarrollo? No exactamente. Pese a ser una buena herramienta para el desarrollo, primero hay que poder acceder a ellas y, segundo, su uso ha de ser eficaz y bien gestionado en función del área en el que se empleen.
Aunque los logros alcanzados por algunas zonas del planeta deben celebrarse, indica Basu retomndo los ejemplos anteriores, “también debemos ser conscientes de no crear una nueva subclase social. Dado que casi el 20% de la población mundial no sabe leer ni escribir, es improbable que la expansión de las tecnologías digitales por si sola signifique el fin a la brecha de conocimientos que existe en el mundo”.
Como hemos visto, el estudio se enmarca en la influencia de las nuevas tecnologías, principalmente Internet, en el desarrollo económico de los países. Asimismo, trata los riesgos de permanecer ajenos a una era digital que avanza a la velocidad del rayo o de si ésta no se gestiona adecuadamente. Por ejemplo, el aumento de la desigualdad debido a la automatización y desaparición de algunos tipos de empleos y la amenaza de que Internet se use para controlar la información en vez de compartirla. De este modo, las medidas ‘analógicas’ o no digitales pasan a ser un elemento de acompañamiento paralelo fundamental, como las políticas reguladoras de su uso y garantes de una sociedad inclusiva e innovadora.
Principales recomendaciones
Los beneficios de las nuevas tecnologías pueden ser abrumadores, pero antes hay que asegurar dos elementos, señala el Banco Mundial: por una parte, acortar la brecha digital haciendo que Internet sea universal, accesible, abierto y segura; por otra, reforzar las regulaciones que garantizan la competencia entre empresas, adaptar las habilidades de los trabajadores a las exigencias de la nueva economía, y promover instituciones responsables —medidas que en el informe se denominan ‘complementos analógicos de las inversiones digitales’.
Para el Banco Mundial, “las estrategias de desarrollo digital deben ser más amplias que las estrategias del sector de las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC)”. ¿Qué significa esto? Esto implica que si los Estados quieren sacar el máximo provecho de las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías, antes deben crear las condiciones adecuadas para ello.
¿Cómo? En este punto intervienen las autoridades responsables de los países, quienes han de garantizar la elaboración de una regulación que facilite la competencia y el ingreso en el mercado, y asegurar que los trabajadores siguen actualizando sus conocimientos en el entorno digital. Se trata de entrar conseguir formar parte de la realidad digital en la que el mundo se mueve, saber gestionarla, conseguir abrir el mercado laboral, mantener el puesto de trabajo y adaptarse a los nuevos avances y ritmo productivo, asegurando simultáneamente un crecimiento económico.
“Invertir en infraestructura básica, rebajar el costo de hacer negocios, reducir los obstáculos al comercio, facilitar el ingreso de las empresas incipientes en el mercado, robustecer las autoridades en materia de competencia, y facilitar la competencia en las plataformas digitales”, son así algunas de las recomendaciones destinadas que contribuyen a la productividad y a la I+D empresarial.
La educación, la clave para reducir la brecha digital...
Pero antes hay que girar la llave que abre la puerta de la sociedad digital: la educación. Si ya es importante la alfabetización general básica, en el siglo XXI no lo es menos la alfabetización digital, la cual, aunque en un nivel básico también, sigue siendo esencial para los niños. “La enseñanza de habilidades cognitivas y de pensamiento crítico avanzadas y la formación fundacional en sistemas técnicos avanzados de TIC serán fundamentales a medida que Internet se siga extendiendo”. O dicho de otro modo, la enseñanza precoz de habilidades técnicas y la exposición de los niños a la tecnología promueven los conocimientos relacionados con las TIC e influyen a la hora de elegir una carrera y por defecto, a la hora de encontrar un empleo.
Como comprobamos a diario, el ritmo de evolución del sector digital influye directamente en el mercado laboral. Una competencia básica es el inicio, pero no es suficiente. Algunas profesiones han desarrollado programas informáticos que favorecen la rapidez y precisión del trabajo realizado, pero su utilización requiere una formación específica y exigida por recursos humanos. Ejemplo de ello lo encontramos en la mayoría de las áreas: la medicina y las nuevas tecnologías terapéuticas, la arquitectura y el diseño, o la maquetación de periódicos, por no hablar de las compañías informáticas.
Obviamente, estos conocimientos y formación continua son exigidos por las compañías para adaptarse al ritmo social y ser más productivos. Si faltan dichas habilidades, la empresa terminará por formar parte de un mercado laboral y económico cada vez más polarizado y desigual.
...y adaptarse a los nuevos mercados
En los países en desarrollo y en varios países de ingreso medio-alto, la tecnología ha llevado a la automatización de trabajos rutinarios, como ciertas tareas en las fábricas, y de algunos empleos administrativos. Mientras algunos trabajadores se benefician, “una gran proporción” de ellos se ven obligados a competir por empleos con baja remuneración que no pueden ser automatizados, señala Deichmann.
“Lo que estamos viendo es una reestructuración de los empleos más que una eliminación de los mismos, lo que los economistas han denominado un vaciamiento del mercado de trabajo. Se observa que el porcentaje de empleo en ocupaciones de capacitación media disminuye y que aumenta la proporción de empleo en las ocupaciones poco calificadas”, explica.
Mejorar la educación y repensar los métodos de enseñanza será crucial para preparar a las personas para los futuros mercados laborales, sostiene el informe. Además, es importante tener en cuenta que el desplazamiento del empleo provocado por el cambio tecnológico es parte del progreso económico, y nos ha acompañado en los últimos siglos.
“La mayor revolución digital que ocurre en el mundo está transformando los negocios y la administración pública, pero los beneficios no son automáticos y tampoco están garantizados”, dijo el presidente del Grupo Banco Mundial, Jim Yong Kim. “Debemos asegurar que los beneficios de las nuevas tecnologías se distribuyan ampliamente, en particular entre los pobres. La evidencia muestra que podemos hacer esto, mediante el fomento de la competencia entre las empresas y la inversión en las personas, empezando con las madres embarazadas para asegurar que todos los niños tengan las habilidades cognitivas que les permitan ser parte más tarde de la revolución digital”.
(http://www.worldbank.org/wdr2016 )
Nathalie Domínguez